domingo, 13 de junio de 2010

devociones technicolor

el monograma del Nombre de María en un púlpito de San Ignacio de Moxos

La semana pasada presentamos el CD de la Capilla del Sol, en el que reconstruímos un oficio religioso en las Misiones Jesuíticas de Bolivia, tal como pudo haber sido celebrado a mediados del siglo XVIII. Posteo a continuación el texto que escribí para el booklet del disco, un acercamiento a la estética musical de aquellos sitios. Tal como he ofrecido por otros medios, sabiendo que el disco no tiene distribución masiva ni global, ofrezco enviarle, a quien quiera, algunos tracks de la grabación, lo que más queremos es que nuestro trabajo se difunda, más allá de las ventas. Si quieren recibirlos escríbanme a ramiroalbino@hotmail.com.

Los colores de la devoción

El repertorio de este disco es la síntesis de un trabajo sostenido durante años. Fruto de viajes, lecturas, cavilaciones y fantasías. Tras recorrer diferentes rutas misionales, disfrutando el contacto con la exuberante naturaleza que rodea a las antiguas misiones, y analizando y aprehendiendo la impronta cultural indeleble que la Compañía de Jesús dejó en pueblos y ciudades, hemos llegado a este resultado hipotético acerca de la reconstrucción musical de una misa en las Misiones Jesuíticas de Bolivia, tal como pudo haber sido celebrada y cantada al promediar el siglo XVIII.

La gran particularidad de lo que hoy llamamos el Barroco Misional es la mezcla de estilos. A lo largo de casi dos siglos, estos pueblos, recibieron misioneros de Alemania, Argentina, Bolivia, República Checa, Chile, España, Francia, Hungría, Italia, Paraguay, Perú, Polonia y Suiza. Se comprende entonces que las influencias artísticas fueron diversas, y que lo que se vivía entonces era una suerte de “estilo internacional”. A esto hay que agregar que una idea rectora del sistema misional era su aislamiento del modo de vida de las colonias ibéricas, si bien vivían al amparo del sistema legal español. Estas circunstancias hicieron que las manifestaciones artísticas que se desarrollaron en un contexto tan especial, fueran diferentes de aquellas que asociamos a priori cuando se habla de “Arte Barroco Americano”.


María Auxiliadora, y dos ángeles. En un altar de la reducción de Concepción

Pese a las distancias, las reducciones eran fieles a Roma y al Papa. Y tenían una intensa actividad litúrgica de acuerdo a los cánones europeos de la época. La vida en la iglesia de la Contrarreforma era inconcebible sin música, y se importó entonces a estos pueblos el modelo de las Capillas musicales: conjuntos de músicos profesionales dedicados al arte musical en la iglesia. La gran diferencia es que estos grupos no siempre tenían un Maestro de Capilla profesional, que se encargara de dirigir a los músicos y de mantener el repertorio actualizado, presentando novedades en cada fiesta o celebración. Lo que había, entonces, era archivos que se nutrían del repertorio traído por los misioneros o escrito en aquellas reducciones donde hubiera un compositor. Cuando era necesario elegir la música para una celebración, se seleccionaba material del archivo, teniendo en cuenta los textos de las obras y el orgánico disponible, pero sin buscar la coherencia temporal ni estilística, en concordancia con un modo de vida que permanecía aislado de las modas.

Con ese mismo criterio armamos nuestro oficio, que no responde al propio de ninguna fiesta. El objetivo no fue ser fieles a la liturgia, sino revivir el modelo sonoro de aquellas celebraciones en las que coexistían piezas compuestas para el grupo profesional, cantos devocionales en lengua vernácula, danzas, y aclamaciones y respuestas del celebrante y el pueblo.


Otro detalle del púlpito de Moxos


Un rasgo distintivo de la Compañía de Jesús es su sostenido interés en el intercambio epistolar entre sus miembros. El mismo San Ignacio se encargó de mantener cohesionado a su primer grupo de compañeros mediante una importante y fluida comunicación escrita. Es así que desde las misiones se notificaba y comentaba todo a los provinciales y a Roma. Gracias a éstas y otras fuentes iconográficas y textuales, y a las partituras e instrumentos conservados, es que manejamos muchos datos sobre su praxis musical. Esto nos permite reconstruir el fuerte colorido del mundo sonoro que acompañaba la vida de las misiones.

Algunas partituras del repertorio grabado en este disco indican que deben tocarse con violines, cello, órgano, arpa y fagot. Otras no especifican los instrumentos, dejando su elección al criterio de quien las aborde. Siguiendo la práctica de la época hemos instrumentado el continuo, y agregamos flauta y percusión en algunas obras. Algo que puede resultar llamativo es la inclusión de los violines doblando las voces en algunos momentos de la misa de Torrejón y Velasco. Para tal decisión nos basamos en otras obras de los archivos misionales en las que se utiliza este mismo recurso, coloreando las partes vocales y engrosando su caudal sonoro, aún cuando los violines no suelen aparecer en la música española del siglo XVII.

La inclusión de instrumentos de percusión en el contexto litúrgico responde a necesidades del repertorio. En primer lugar tenemos en cuenta que en las misiones se mantenía la costumbre de danzas sagradas como parte de los oficios, lo que se evidencia en los archivos donde hay cantidad de música para bailar. Diego de Eguiluz (1696) señala: “…al entonar la Gloria entran varios géneros de danzas a la iglesia. Pero además consideramos una de las fuentes iconográficas fundamentales del barroco misional: el friso de la iglesia de Trinidad, en Paraguay, donde aparece una orquesta de ángeles músicos con diversos instrumentos, incluyendo maracas. Llama la atención que éstos sean los únicos que tienen un pie de frente, con el que parecen marcar el pulso. Los misioneros dejaron textos sobre el modo de bailar de los indios, y hemos intentado reconstruírlos acústicamente. “Con hilos gruesos tejen una red. De ella cuelgan todas las garras de ciervos, pequeñas conchas y caracoles que pueden; con esta red se ciñen los lomos, de forma que caiga sobre la espalda y luego inclinando medio cuerpo, la arrojan y la atraen con cierta fuerza, para aumentar el ruido con el choque fuerte, pero de tal manera que no se aparte ni un pelo de la melodía” (Francisco Javier Eder, 1791).

Para enriquecer aún más el colorido instrumental hemos recurrido a campanas grandes (las de la iglesia de San Xavier, en Chiquitos) y pequeñas, acompañando la procesión de entrada, coloreando algunas danzas e incluso haciendo melodías, suponiendo que aquellas conservadas en el coro de la iglesia misional de Santa Ana de Chiquitos eran para eso, y al uso de ciertos registros de órgano como el de Pájaros, del que tenemos evidencia en un texto escrito por Florian Paucke en 1762: “Yo tenía en él [órgano] cuatro pequeños registros que representaban una gritería de aves, ésta era especialmente grata a mis indios y por ello merecí que ellos me denominaran un hechicero”.

Finalmente, lo que podemos considerar, aún sin poder reconstruirlo, es el entorno de celebración en el que se escuchaba esta música. Durante los días de fiesta, el mundo cotidiano se transformaba, pero aún así no perdía su esencia. Se engalanaba los frentes de las casas principales, la iglesia era decorada por dentro y por fuera, y se llenaba la plaza misional de ornamentos. Las vestimentas y enseres litúrgicos que se usaba eran especiales y más ricos. Había más luces y se perfumaba el aire con pebetes e incienso. Cambiaba incluso el toque de campanas. Lo mismo de siempre, pero cada vez distinto.

El jesuita Jaime Oliver, tras la expulsión, escribió con nostalgia:

“El día de la fiesta se predicaba del santo misterio, y después se cantaba con gran solemnidad la misa, a la que asistía todo el cabildo vestido ricamente. (…) Seis u ocho muchachos vestidos de ángeles con sus guirnaldas de luces en las manos, ocho o diez muchachos acólitos con sus sotanillas de granilla bien hechas, y sus ricos roquetes bordados unos y otros con puntas de encajes finos. Para aquellos días se alhajaba particularmente la iglesia y el presbiterio, y se iluminaba muy bien. La música de voces e instrumentos según la mayor solemnidad del día, se había preparado y lo hacían con particular primor. Todo respiraba devoción y alegría”.

No pretendemos reconstruir aquella vida. Intentamos acercarnos a sus sonidos, y gracias a estos ver con la vista de la imaginación, según la idea de San Ignacio, un poco de lo que fue aquel modelo social y cultural.

Ramiro Albino


Concierto de la Capilla del Sol en San Xavier (Festival Misiones de Chiquitos, 2008)

Paisaje moxeño

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