martes, 21 de agosto de 2012

András Schiff en el Colón


Mañana se presenta el pianista Andras Schiff en el Teatro Colón. Como anticipo, escribí dos notas: una semblanza del pianista (publicada en la última edición de Revista Cantabile), y una entrevista que apareció el viernes pasado en Diario Perfil.

Posteo ambas notas a continuación, para que quienes vayan al concierto puedan estar más preparados para disfrutar de su arte.

La profundidad y el talento

(nota publicada en Revista Cantabile)

Mi verdadero principio guía, del que he sido consciente desde que llegué a sentirme compositor: el ideal de la hermandad de los pueblos, hermandad creada pese a la guerra y a todo conflicto. Es para servir a este ideal que yo trabajo con toda mi fuerza, desde la música. Por eso es que no evito ninguna influencia, sea esta eslovaca, rumana, árabe o de cualquier otro origen. Lo único que importa es que la fuente sea pura, fresca y saludable”.

Bela Bartok

Hungría es un país del que se sabe poco en Argentina. El común de nuestra gente no está al tanto sus vaivenes políticos, ni sabe mucho de su geografía (pruebe, por ejemplo, nombrar cinco ciudades de Hungría, o al menos dos ríos que la recorran). Tampoco conocemos su historia, ni otros elementos culturales, ni siquiera sabemos cuáles son sus platos típicos más allá del gulash, el pimentón o alguna salchicha (consideremos que vivimos una época gourmet, con acceso a permanentes programas y publicaciones culinarias)

Sin embargo nos son familiares los nombres de ciertos compositores húngaros, que están siempre presentes en nuestros programas de concierto: Liszt, Bartok, Kodaly, Dohnányi, Ligeti. También hemos escuchado obras de autores no húngaros, pero con permanente mención a elementos magyares (traiga a la memoria todos los “Rondó a la húngara” que alguna vez escuchó), y hemos disfrutado en vivo y en grabaciones a eminentes intérpretes nacidos en ese país, como los directores Iván Fischer, Jenő Ormándy, György Széll, Antal Doráti, György Solti y János Ferencsik, el cellista Miklós Perényi, o los pianistas Tamás Vásáry, Zoltán Kocsis o András Schiff.

El 22 de agosto nos visita András Schiff, para hacer un recital en el Abono Bicentenario del Teatro Colón. Su repertorio incluye esta vez música de Beethoven, Bartók, Janácek y Schubert. Una semblanza del artista, y un breve recorrido por su trayectoria e historia nos ayudarán a comprender mejor el recital, y a descubrir por qué este artista elige ese repertorio, que está en permanente consonancia con sus ideas

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Schiff nació en 1953, ocho años después de la muerte de Bartók, es decir que fue de la primera generación educada bajo las ideas que propició ese genial músico y pedagogo. Bela Bartók también era húngaro, y también dejó su país (Bartók emigró a los Estados Unidos, Schiff vive entre Londres y Florencia), porque no creía en el arte sin compromiso, y no soportaba vivir bajo la égida del Tercer Reich, aún cuando no era comunista ni judío. Esa historia era bien conocida cuando Schiff era joven, por lo que Bartók se convirtió en un ídolo desde lo musical pero también desde su integridad como persona, desde su inmensa responsabilidad civil y política manifestada a través de su arte.

Schiff estudió piano con música de su coterraneo, pero también con las obras de Bach (como tantos niños y jóvenes del mundo entero, que alternan el Mikrokosmos con los preludios e invenciones de Bach). Al entrar en la adolescencia conoció a George Malcolm, que era según palabras del propio Schiff un músico a la antigua, ya que tocaba todo tipo de teclados, improvisaba, preparaba coros, componía y sabía realizar un bajo continuo. Gracias a eso miró a Bach con otros ojos, conoció tratados Barrocos de interpretación y descubrió el enorme potencial retórico de sus instrumento al comprender al texto musical como discurso.

De ahí en más Bach quedó erguido en el centro de toda la música que le gusta a Schiff. Esto nos queda bien claro si atendemos a algunas de sus declaraciones: “Bach creó un sistema donde todo – espiritual, emocional y físico – está conectado de modo simultaneo. Tiene un gran sentido de la economía. Cada nota es importante y nada podría ser quitado sin hacer caer el resto de la estructura. Tengo problemas con ciertas obras de Liszt, donde encuentro que falta el autocontrol y la economía. Hay floreos pianísticos, que son sólo apariencias. Solía tocar a Liszt –siendo de Hungría, debí hacerlo- pero lo tocaba muy mal, porque no me gusta, no me identifico con él”.

En 1979 se instaló en Inglaterra, a estudiar definitivamente con Malcolm. “Decidí que no podía vivir en los Estados Unidos –reflexionó más tarde-, me siento muy europeo, aunque no muy húngaro. Ya era un artista completo, y desde allí lanzó su carrera musical, cuyo producto artístico es el fruto de un gran trabajo de análisis y estudio, donde lo que prima es la expresión y la comprensión del lenguaje musical y no la parafernalia pirotécnica a la que suelen apelar sus colegas. Y aún así, sin el brillo típico ni la carcasa de virtuoso logró el aplauso de las audiencias más exigentes, haciendo una síntesis de su talento y habilidad técnica con la responsabilidad para con el arte de Bartók, y la sensibilidad analítica de Malcolm.

Su discografía es amplia, pero acotada a una serie de compositores y obras, incluyendo varias colecciones integrales y monumentos de la literatura pianística: Piezas para piano, sonatas y música de cámara de Schubert, las treinta y dos sonatas y los cinco conciertos de Beethoven, la integral de sonatas y conciertos para piano de Mozart y mucha música de Bach (partitas, invenciones, suites, las Variaciones Goldberg, etc.).

Permanentemente se presenta en importantes escenarios de todo el mundo. Además de los obvios recitales pianísticos que incluyen diversas “maratones” como la integral de las sonatas de Beethoven, tiene una importante carrera como director, habiendo ofrecido todos los conciertos de Mozart dirigidos desde el piano, la Pasión según San Mateo de Bach (al que califica sin dudarlo como “el más genial de todos los compositores”), o las óperas Las bodas de Fígaro o Cosí fan tutte.

Conoce también el mundo musical desde la gestión. En 1995 creó junto a Heinz Holliger los conciertos de Pentecostés en la cartuja suiza de Ittingen. Tres años más tarde creó, en el Teatro Olímpico de Vicenza, el ciclo “Homenaje a Palladio”. En 1999 formó una orquesta para dirigir desde el piano todos los conciertos de Mozart en Salzburgo, y humorísticamente la llamó “Andrea Barca”, traducción italiana de su propio nombre (efectivamente: se llama Andrés Barco), para completar la broma escribió la biografía del supuesto Andrea, un músico del siglo XVIII que le pasaba las páginas a Mozart en sus conciertos (se la encuentra buceando por internet).

Toda esta tarea le ha valido importantes premios, como el “Lajos Kossuth” (otorgado por el presidente húngaro a reconocidos personajes de la cultura y el arte), el “Premio Bartok” de la Academia de Música Franz Liszt de Budapest, además de los Grammy y Gramophone que obtuvieron sus discos.

Tras años de contrato a los sellos Decca y Teldec, prefiere hoy ser libre y no sentirse atado a ninguna empresa discográfica. Permanentemente aboga por la libertad del artista y sus deseos, y habla claramente de “prostitución” cuando se refiere a ciertos colegas que están en el punto máximo de ventas, recitales o merchandising. Es parte del negocio musical, pero al mismo tiempo es un acérrimo crítico del mismo.

En el número anterior de Cantabile escribí sobre Lang Lang, que también se presentó en el Abono Bicentenario. Su perfil marketinero y su deleite en el show-business lo hace totalmente opuesto al de Schiff. Vale la pena releer esa semblanza, o recordar su concierto en Buenos Aires antes de ir a escuchar a Schiff. Virtudes de una temporada surtida: la misma sala alberga a dos intérpretes antagónicos; conocerlos nos permitirá decidir luego si preferimos a uno o al otro, o hacer nuestra síntesis de ambas ideas.

Ramiro Albino

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La música no es un entretenimiento vacío

(entrevista publicada en Diario Perfil)

El pianista húngaro András Schiff vuelve a presentarse en Buenos Aires, esta vez con un programa que incluye obras de Beethoven, Bartok, Janácek y Schubert. El aclamado músico dialogó con PERFIL anticipando su próximo recital.

Si intentamos hacer un pantallazo retrospectivo de la carrera de Schiff como concertista, nos encontraremos con obras que ha tocado un sinnúmero de veces (todas las sonatas de Beethoven, por ejemplo). Podemos preguntarnos entonces si la versión no se vuelve repetitiva, y no por cansancio sino por la seguridad de haber encontrado la versión más acertada. El músico lo niega, explicando que “Cada concierto es una nueva experiencia. No somos máquinas sino seres humanos, con imperfecciones. Trato, por supuesto, de encontrar algo nuevo en la música, cada vez. La gran música, como la de Beethoven, no tiene límites.

Nacido en Budapest en 1953, Schiff se trasladó a Inglaterra antes de cumplir treinta años, y allí completó su formación junto a George Malcolm. Juntando experiencias fue luego artista y gestor de emprendimientos musicales.

Hombre de varios mundos, no sólo desde lo obviamente geográfico, se refiere al heterogéneo y armónico programa que tocará el miércoles a las 20.30 en el Colón: “El programa es, para mí, muy importante. Mis programas nunca son “eclécticos”, sino que tienen un perfecto sentido. A veces tienen obras de un solo compositor (Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann). Este programa en el que tocaré cuatro sonatas es una “composición” con cuatro obras, de cuatro compositores de diferentes nacionalidades y eras. Entonces, cada una se corresponde con la otra. Muchos de mis colegas hacen programas cuya única “idea” subyacente es la popularidad y el éxito barato. La música no es un entretenimiento vacío, tiene que haber en ella una experiencia formativa como agregado. Incursiono por diferentes repertorios, cuando era estudiante de Kurtág, solía tocar sus trabajos, y también los de Holliger,Widmann y Carter, entre otros. De todos modos, si uno toca todas las obras de Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schumann y Schubert, además de otros tantos, y todo de memoria, se llega a un límite de lo que puede hacer una persona. Y sí, yo pienso que Johann Sebastián Bach y Beethoven son más grandes que cualquier compositor de hoy en día. Esto es un HECHO, quieras o no”.

Ramiro Albino

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