martes, 29 de octubre de 2013

Anticipando el próximo Mesías, en Buenos Aires

La asociación de concierto Festivales Musicales propone nuevamente en Buenos Aires una versión de El Mesías, de G F Handel. El concierto será el próximo domingo en el Teatro Colón. 

Como anticipo, escribí para Revista Cantabile, una nota que salió publicada en el número septiembre-octubre y que posteo a continuación (aprovechando que no figuró en la edición web de la revista), pensando especialmente en aquellos que se están preparando para ir el concierto, sabiendo que posiblemente aquí encuentren algunas ideas que los ayuden a disfrutar màs del mismo. 

Cantaré en el coro de esa producción del Mesìas. Ojalà nos veamos por ahì.




Messiah has a cold

Georg Friedrich Handel: El Mesías
Soledad de la Rosa, soprano
Martín Oro, contratenor
Carlos Ullán, tenor
Víctor Torres, barítono
Orfeón de Buenos Aires
Ensamble Academia Bach
Mario Videla, director
Ciclo Festivales Musicales
Teatro Colón
Domingo 3 de noviembre a las 17


En 1966 la carrera de Frank Sinatra estaba en pleno apogeo. Sin embargo había una buena cantidad de cosas que lo atormentaban y que eran sumamente atractivas para la prensa: en lo personal el gran tema era el fin de su relación con la jovencísima Mia Farrow, casi treinta años menor que él, mientras que la aparición de los Beatles proyectaba una incómoda sombra en su ámbito profesional.

Un año antes, cansado de sentirse limitado por el tipo de trabajo que le pedían en el New York Times, el periodista Gay Talese comenzó a buscar trabajo, y finalmente firmó contrato con la revista Esquire. El primer artículo que le pidieron allí fue un perfil sobre Sinatra, que se escribiría a través de una entrevista que el cantante, harto de presiones mediáticas, no quiso dar.

Talese se dedicó entonces, de manera obsesiva y metódica, a seguir a Sinatra durante tres meses, y a intentar hablar con todos los que lo rodeaban: el chofer del auto del que acababa de bajar, el portero de su edificio, un mozo de restaurante que lo había atendido, el personal del teatro donde hacía un show, etc. Finalmente escribió una nota que hoy es emblemática, titulada “Frank Sinatra has a cold” (Frank Sinatra está resfriado), que algunos consideran el mejor perfil jamás escrito sobre el actor y cantante. La nota se volvió hoy en un texto “de culto” para periodistas, por su escritura y estilo.

Esa misma idea, la de caracterizar un personaje por dichos y declaraciones de otros, o por referencias externas, fue la que tuvo Charles Jennens al escribir el libreto (¿Es verdaderamente un “libreto” esta recopilación?) del oratorio El Mesías. La gran habilidad de Jennens fue seleccionar textos de la Biblia según la traducción que hoy conocemos como Biblia del Rey Jacobo, y del Book of common prayer, un devocionario que estaba en boga en Inglaterra en aquel tiempo.

Los oratorios habían surgido en Italia con la revolución de la “música moderna” del 1600. Eran piezas de carácter piadoso o moral, en las que un conjunto de personajes reales (mayormente bíblicos) o alegóricos (encarnaciones de virtudes, potencias o pecados, entre otros) eran asumidos por cantantes que a través de historias pretendían enseñar y moldear las almas de quienes escuchaban. A diferencia de la ópera, donde también había personajes humanos o simbólicos, el oratorio no se representaba, ni se desarrollaba en salas con escenografía ni vestuario. La devoción debía ser austera y se evitaba todo tipo de exhuberancia.

En los casi 150 años que transcurrieron desde los primeros oratorios hasta El Mesías, el género se estableció definitivamente en el mundo musical europeo, especialmente en Italia, y se diferenció definitivamente de la ópera. Cuando Handel compuso este oratorio, en 1741, a sus 56 años, ya había escrito otros quince, además de cuarenta y un óperas, por lo que sabía bien qué hacer y cómo hacerlo. Tomó entonces el libreto de Jennens y lo musicalizó magistralmente. Nació ahí uno de los oratorios más conocidos e interpretados a nivel mundial y que, al igual que la nota citada, se volvió un texto “de culto”, aún cuando no satisface algunas de las características principales del género: El Mesías no tiene personajes, ni argumento lineal.

Es lógico preguntarse entonces qué rol juegan los solistas y el coro en esta obra. Si el oyente es un biblista erudito y reconoce los textos citados, que son mayormente del Antiguo Testamento, podrá entonces entender que cada cantante o coro toma la voz del autor de los mismos: los profetas Isaías o Jeremías, el Rey David, San Pablo, o los evangelistas Juan, Mateo o Lucas entre otros. Sin embargo, es lógico pensar que entre el público del estreno, igual que en nuestro tiempo, hubo pocos tan especializados como para reconocer cada frase que aparece. ¿A quiénes encarnan entonces todos los cantantes de esta obra? Al cristianismo, en su sentido más amplio y genuino, al inmenso y diverso grupo de los que creen en Cristo y se debaten entre la paz divina y el sufrimiento del hombre-Dios. En esta “Scripture collection”, como suelen llamarla, casi sin mencionar su nombre (sólo una vez aparece la palabra Jesucristo, y cuatro veces se habla de Cristo), el Mesías no tiene voz, sino que se habla de él. Durante las dos horas y media que dura esta obra se lo caracteriza y se sintetiza su mensaje, para que el público pueda meditar sobre su vida y su mensaje (ese fue, al menos, el ideal que tuvo el autor). Handel, que nació luterano, trabajó de organista en una catedral calvinista, luego vivió un tiempo en Italia bajo el mecenazgo de los cardenales y príncipes romanos y terminó sus días en la Inglaterra anglicana, hace una síntesis entre las diversas posibles miradas sobre el personaje en cuestión, y es propiamente en lo musical donde se nota todo esto. En la reunión de elementos teutones, italianos e ingleses, aparecen claramente citados directa o indirectamente todos los momentos de la vida musical handeliana en los que siempre, sea por convicción o por conveniencia, la figura de Cristo fue cercana.

Y ahí está la genialidad del libreto, en decir sin decir; en sugerir ideas y permitir que el público las complete. No había, en realidad, muchas más opciones si la idea era hacer algo novedoso, una obra de avanzada para su época, que la trascendió ampliamente. En los otros oratorios de tema bíblico, Handel tomó las historias sobre las que están construídas, e hizo con ellas analogías con el poder del momento y sus actores. No hubiera podido hacer esto con la figura de Cristo (comparar al Rey o a cualquier otro personaje con el Mesías sería, posiblemente, considerado una herejía). Por otro lado, la historia era suficientemente conocida a priori, y entonces apelar a la acción, o a la narración lineal, sería aburrido al público. El resultado es una obra sin acción y con poquísimos relatos en primera persona donde no se cuenta una historia, sino que se propone una serie de escenas que invitan a pensar, a reflexionar. Y el efecto se logra de modo magnífico con la música escrita por Handel para cada cita bíblica, por medio de la cual, simplemente explica y da su punto de vista sobre los textos y sobre el personaje, haciendo así que sus mensajes sean no sólo cercanos al público, sino además fácilmente inteligibles. El sermón ideal que muchos predicadores quisieran poder decir.

Hace tres años Gay Talese, ya viejo, visitó Buenos Aires mientras preparaba una nota a ls soprano Marina Poplavskaja, que vino a cantar con Barenboim (logró su primer nota siguiendo a Frank Sinatra por Nueva York, sus notas actuales lo llevan bastante más lejos). Me contactó, por razones que exceden esta nota, y nos vimos durante cuatro días seguidos en los que me explicó detalladamente su manera de escribir y pensar el periodismo. A mí me parecía una locura lo que estaba haciendo: seguir a una soprano por toda Europa, luego venir a Sudamérica, trabajar meses de manera metódica para escribir sólo un artículo. Su respuesta fue sencilla: si esa nota llega a trascender la revista para la cual fue escrita, y sigue leyéndose y publicándose por años… ¿No vale, acaso, el esfuerzo? Me contó, entonces, el esfuerzo inmenso que había resultado escribir la nota sobre Sinatra, y el gran rédito y las satisfacciones que le había dado posteriormente al saber que la nota seguía siendo leída y publicada en antologías.

Seguramente, si Handel pudiera ver hasta dónde llegó su Messiah, sentiría el mismo gozo.

Ramiro Albino

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